Cuando uno viaja alrededor del mundo, una de las cosas que más te puede llamar la atención, es la forma de moverse a través de las ciudades. Poco tiene que ver el entramado de autopistas y coches de gran cilindrada que atraviesa Los Ángeles con las amplias avenidas sobre las que discurren los puentes, centenarios algunos, del metro de Berlín. Pero cuando llegas a Tokio hay algo diferente, pues estás en una de las ciudades más densas y pobladas del planeta y cuando sales del hotel, tras un viaje de casi un día en avión te das cuenta que no hay ruido de tráfico. Pareciera más que estás en cualquier pueblo que en la gran área metropolitana que es. Tienes más de treinta y cinco millones de habitantes en una urbe en la que, desde su edificio más alto, el Skytree a más de medio kilómetro de altura se pierde en el horizonte, y el concepto atasco parece pura ciencia ficción.
¿A qué se debe? La respuesta es sumamente sencilla pero a la vez peculiar: tener un coche en la ciudad es extremadamente caro.
Cualquier vehículo en propiedad, además de tener que contar con una plaza de aparcamiento propia en tu hogar (no hace falta imaginar a qué precio está el metro cuadrado), si supera los 4 metros de largo está sujeto a unos impuestos que deja a sus homólogos europeos en simple calderilla. Así que, o eres millonario y tienes un Lamborghini o un Porsche (que más de uno vi) o te decantas por un “Kei Car” en caso de que el excelente e impoluto transporte público, del cuál hablaré en otra ocasión, no te sea suficiente.
Un Kei-car es, sencillamente, un coche que se ajusta a esa norma de estar por debajo del mínimo que antes decíamos, para pagar lo mínimo posible a la hacienda, pues tienen un régimen especial que los exime de gran parte de los impuestos, como pasa con los coches eléctricos. Obviamente esos coches, dentro del marco de la ciudad, quedan como una curiosidad, pero fuera de su entorno son impensables. ¿A qué me refiero? Es sencillo, pues en Europa tenemos uno comercializado. ¿Habéis visto un Nissan Cube por la calle? Pues ahí tenéis la respuesta. Os puedo asegurar que tras una semana ese coche te parecía hasta bonito por las calles de Tokio… pero una vez de vuelta a Europa la realidad te golpea de nuevo y te hace entrar en razón. Son prácticos, aprovechan el espacio al máximo con lineas rectas y unas ruedas de pequeñas dimensiones, y hasta exóticos; pero, seamos sinceros, tienen un difícil encaje el gusto occidental.
Claro que, ¿cómo te las ingenias para meter la mayor habitabilidad y carga posible en un coche tan pequeño? Pues con un cubo, no hay alternativa que respete la conservación de la materia.
Tal vez lo más parecido a este concepto que hemos vivido en Europa sea el cuadriciclo eléctrico de Renault, el Twizy, pero aunque es una propuesta muy interesante que descongestionaría en parte las ciudades, no ha terminado de despegar por ahora.
Aunque no todo son cubos… existen diseños realmente interesantes, pero eso lo dejo para el siguiente artículo ahora que conocéis el término “Kei Car”.
Artículo original publicado en CoolJapan.es
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